Antes que nada y para tranquilidad de la gente, diré que
el segundo hotel era normalito. Muy majos y atentos nos dieron una habitación en la que cabía una cama doble maja y todas esas cosas. Eso sí, pese a ser un 4º, la ventana era como la de un bajo, ahí arriba de la pared... pequeñita. Pero bueno, tenía un toque abuardillado que lo hacía entrañable. Y qué narices, después de dormir en el Petit Palé, cualquier cosa valía.
Pero antes conocer ese hotel, cuando todavía sobrevolaba por nuestras cabezas una noche en liliput, tuvimos toda una tarde para poner a prueba a nuestro calzado. ¡Y conocer Londres!
El día era perfecto, la temperatura cálida, el cielo despejado. Ni rastro de nieblas ni grises cielos. Pero eso sí, como todas las historias londinenses, todo comenzó en un pub. Me encantan esos lugares. La cálida madera, los cómodos sillones, las anaranjadas luces que iluminan los vasos de cerveza.
Transmiten sensación de encuentro, de hogar, de tranquilidad y de camaradería. Y miren, a mi me encantan los baretos españoles con salero, pero es que la proporción de "bar chungo-bar entrañable" en España es muy distinta a la de "Pub entrañable-Pub chungo" en estas islas. Además, la genial idea de poder comer y beber en el mismo sitio casi todo el día, me encanta. Es como un Vips pero con gracia. En resumen: hasta las trancas de comer en pubs. ¡Ñam!
Algunos eran históricos, como "
Lamb and Flag" (La bandera y el cordero), en pleno West End, cerca de Convent Garden. Su nombre viene de un escudo real que incluía la bandera cruzada y un amable corderito que la portaba (símbolos de S.Juan Bautista). En sus principios se conocía entre la población como "
The Bucket of Blood" (el caldero de sangre) por las inocentes peleas que albergaba y eso da una idea de lo entrañables que eran los pubs antaño. Ahora van turistas como nosotros y gente del lugar buscando una cerveza y algo de tranquilidad. Y las únicas peleas que vimos fueron por conseguir un taburete y eran "very polite".
Otros eran divertidos, cómodos, relajantes y sobretodo, acogedores. Una pena que los pubs que los imitan en España no acaben de pillar del todo esa atmósfera (sobretodo por esa impresión de que te cobran las cervezas aquí a precio de allí).
Tras pubear, un paseo por
Carnaby Street me enseñó el Londres más comercial. Tiendas de todo tipo y primeros contactos con camisetas originales, mi gran debilidad. Pero aguantamos ganas. No puede ser llevar unas horas en Londres y ya empezar a comprar cosas... ¡caminemos!
Y en nuestro caminar, tras Picadilly, St. James Park, callejuelas y diversión, llegamos al objetivo: El punto cero londinense. El "vale, ahora sí que estamos aquí". ¡El Big Ben! Y a su lado, el Parlamento.
Del
Big Ben mi primera impresión es que es muy tocho. ¡Y muy dorado! A los ingleses les pirra el dorado. Lo ponen a todo lo que pueden: Verjas, casas, paredes, torres con reloj... a todo. Pero mira, quedaba bonito. Muy bien Big Ben. Tuvimos la suerte de, además, coincidir con las campanadas que marcaban las 6 y así, poner el reloj en hora. Si de algo te puedes fiar en esta vida es de la puntualidad del Big Ben. Al parecer, sólo ha fallado tres veces en su historia (una por un operario torpe, otra por el frio y otra por los molestos bombardeos alemanes en la II Guerra Mundial).
El Parlamento inglés es apabullante. Es un gótico moderno lleno de florituras que no sabes si considerarlo una maravilla o una más de las muestras de recargamiento inglés.
Al final, evidentemente, optas por la primera opción. Al verlo recordé "
V de Vendetta". Primero el cómic, luego la película. Verlo explotar debe ser impresionante. Hace siglos lo vieron arder y ya debió serlo entonces porque pintores y escritores fueron corriendo a las orillas del Támesis para plasmarlo. Aquí abajo, un ejemplo de William Turner (adorado pintor).
Tras la parada protocolaria, cruzamos el Thames y bordeamos el río hasta el Millenium Bridge. Es un paseo curioso. El Big ben y el parlamento ya le habían dado el toque cinematográfico al día, pero se añadió a esto la visión de la Cúpula de St.Paul sobre el río, famosa por su cortinilla televisiva ¿os acordais?
Le acompañaba una musiquita que no paraba de canturrear cada vez que veíamos la cúpula (ya fuera en vivo ya fuera en foto) y que la intrépida periodista de intrépidos ojazos paseantes ya empezaba a aborrecer. Jiji. Soy más pesaooooo...
Pero no acabó ahí la referencia cinematográfica. Mi ídolo estaba presente en Londres. Continué el paseo en silencio, sin confesar una pequeña ilusión al final de todo ese camino. No era la noria gigante. No era la fiesta de holandeses bebiendo cerveza con sus camisetas naranjas.
Era el lugar donde la genial película de Woody Allen,
Match Point, alcanzaba toda su plenitud. El momento mágico de guión, metáfora y punto de giro. Merecía la foto.
O por lo menos, lo es si no me engaña la memoria porque no he podido encontrar ni una puñetera fotografía del momento. Voy a tener que comprarme la película (aprovechad que en la FNAC está casi regalada... seguro que en Media Market lo está aún más).
Eso sí, no fue el único lugar visitado de la película. Pero en esta versión, sólo había un personaje femenino y no tenía nada que envidiar a Scarlett. ;-)
Pero eso sí, los paralelismos acababan ahí. El alojamiento, como ya habéis visto, no fue precisamente el mismo... Una pena.
Y es que me perdonarán, pero uno lleva dentro un pequeño cinéfilo y cosas como estas le hacen taaaanta ilusión... snif.
Ah, sí:
Continuará....
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