Hoy, siguiendo la bonita costumbre de ilustrar con fotos que he ido haciendo ante elementos que he encontrado en mis viajes (iba a poner periplos, así, tranquilamente, en mi pedante actitud habitual, pero miren, lo quité) me dispongo a mostrarles un hecho inquietante.
No voy a ir ahora de moralista, ni decir lo que está mal y lo que está bien, pero esto me parece un poco, cuanto menos, extraño.
Sucedió en Burgos. Estoy seguro de que aún sucede, vamos. Plaza Mayor, con cafeterías, tiendas, bancos para sentarse simpáticos jubilados, juegos para los niños y el Ayuntamiento, desde dónde ahora gobierna el alegre (y breve) monologuista Juan Carlos Aparicio.
Y entonces, un grupo de niños reunidos en corrillos junto a unos adultos. ¿Qué hacen? Es domingo... ¡intercambian cromos! Eso está bien, en Valencia también lo hacen, en los alrededores de La Plaza Redonda, cada semana, como en muchos otros lugares de España. Pero, entonces, levanto la vista y veo que esos cambios de cromos se producen bajo un soportal de la plaza. Un soportal que comparten con un... ¿comercio? Sí, eso parece. ¡Pero es un comercio inenarrable! ¡Por dios! ¡En mitad de la Plaza Mayor! ¡Con niños delante! ¡Y los padres no hacen nada! ¿Dónde está la profunda y tradicional Castilla? Amigos, lo que vi, lo que me descolocó completamente fue esta visión, este local, esto:
Supongo que es la típica tienda dónde venden ese tipo de regalos por compromiso que cuando te los dan te dan ganas de decirles que se los metan por... ahí.